
06 Nov EN EL COFRE: Covid, el virus del miedo.
Vivimos y generamos la cultura de la inmediatez, de lo absoluto, del éxito y la fama rotundos, lo imperecedero en nuestros cuerpos y enfocados a rellenar la falta a costa, incluso, de nuestro sentir.
Vivimos hacia afuera, tratando de mostrar lo mejor de nosotros full time, sin grietas ni desgarros. El adentro se ha convertido en terreno poco interesante, demasiado complejo y pantanoso. No nos da buenos rendimientos a corto plazo.
Por fortuna, las crisis tienen su razón de ser y, a pesar de que en nuestras vidas siempre hay crisis de mayor o menor magnitud, nadie nos prepara para ello. Aunque en las crisis también sale lo mejor de nosotros, nuestros dones y recursos, nadie invierte en ello: en casa aprendemos lo que nuestros abuelos enseñaron a nuestros padres, en la escuela aprendemos lo mismo que todos y de nuestros investigadores solo lo que es fielmente rentable.
Así, cuando aparece una crisis, el sentir de las emociones a las que catalogamos de negativas, se apodera de nosotros y no sabemos qué hacer con ello, a parte de tratar de evitarlo. Ponemos toda nuestra energía en no pensar, no hablar de ello, distraernos, negar, buscar placeres inmediatos, sustitutos que rellenen el hueco que nos deja lo ocurrido.
El miedo es una de las emociones que se activan en las crisis, pero casi nunca nos quedamos con él, fijado en un punto al que podamos volver y tratar, se vuelve escurridizo y otras emociones y síntomas cobran protagonismo. Es una emoción con un espectro bien amplio: podemos tener miedos racionales e irracionales rozando lo etérico, experimentándolas en un tiempo sin tiempo: de lo que ocurre ahora, lo que ocurrió o de lo que pueda llegar a ocurrir. Pero siempre nos alerta y nos abre la puerta, no solo a sobrevivir sino a la súper vivencia, es decir, a vivir con una mayor mirada, amplitud y profundidad. El miedo siempre guarda un cofre con un regalo para nosotros.
Ni lo sabemos.
Ante un tiempo que ya tiene título de Época, en el que un solo virus ha movilizado todo un planeta, ese afuera ha quedado teñido de mascarillas, prohibiciones y corrillos masticando unas noticias que encienden continuamente nuestros botones del estrés y la ansiedad.
Según nuestra personalidad, historia personal y familiar y, incluso de nuestra profesión, el miedo oscila entre el miedo a contagiar o a ser contagiado. Al fin y al cabo, a que ese virus salpique la piel y todo lo masticado explote dentrodemí sin remedio.
Difícil evitar esta crisis que nos pone a todos en un mismo nivel y que al salir afuera, todo nos recuerda constantemente que el monstruo está ahí.
¿Miedo al Covid o miedo a morir?
En la lentitud de los hechos de ahora, donde lo incierto es el aire que respiramos, no hay lugar donde podamos ocultarnos. Sobretodo de nosotros.
Es una oportunidad de oro.
¿Para qué?
Seguramente cuando uno debe transitar ese camino en soledad, el cofre tiene nombre y apellidos. Pero lo común es darnos cuenta de que perecemos, un día nos vamos, dejamos todo aquello que hemos logrado y en lo que nos hemos convertido, también a todos cuantos amamos, también a nosotros mismos.
Si podemos sostener nuestro adentro pantanoso ante lo que nos parece imposible aceptar, tenemos la oportunidad de vivir, estar más presentes, no solo ver con los ojos sino mirar con el alma, parar, sentir, respirar, doler, amar… a ritmo natural y sin prisas, sin límite, libres.
Y entonces la muerte se convierte sólo en un tránsito más, una nueva crisis, un trozo del camino para seguir adelante.
Es tan importante saber vivir como saber morir. Eso implica también poder dolerme en las despedidas y quedarme con lo que nunca he perdido, lo que verdaderamente no perdemos pasen las vidas que pasen.
Que sólo me pase “lo bueno” no es real, necesitamos aprender. ¿El qué?: en el cofre.